Cuando se empieza a ser neutral frente al terrorismo de Estado y la Democracia genocida, se comienza el largo camino de la ambigüedad que conducirá, necesariamente, a la complicidad con este.
Frente a estas expresiones crueles de la lucha de clases, o somos contradictores y resistimos y luchamos por superarlas o renunciamos como siervos y aceptamos con resignación su designio de ser oprimidos, condenando a las nuevas generaciones a recibir este innoble herencia.
En Colombia ciertos sectores sociales, se han tragado entero, el discurso postmoderno de la diferenciación, que busca, entre otras cosas, la confusión ideológica, la fragmentación de la lucha, o la creación de compartimentos sociales.
El régimen vigente en una sociedad de acumulación capitalista y depredadora como la nuestra, sueña y promueve, la división entre el pueblo, y por ello, promueve la diferenciación que es la fragmentación del pueblo oprimido. Si alguna diferenciación existe, es aquella de las clases sociales. En esa dimensión todos llegamos independientemente del color de piel, de la opción sexual, de la etnia, de las creencias religiosas o proveniencia regional. Un excluido del proyecto económico capitalista, conservara esa exclusión, así sea negro, homosexual, indígena o blanco, paisa, pastuso o de la costa. Para el capitalismo ese excluido no importa, porque no consume, porque no participa en la dinámica de circulación, es un marginado. Frente a esto, cuál es el sentido de dividirnos entre reivindicaciones de indígenas, de negros, de marginados urbanos o rurales, de homosexuales o lesbianas o heterosexuales, todos pertenecen a la categoría de explotado y excluido si están por fuera del circuito de propiedad del sistema capitalista.
La categoría que debería unirnos, en una sociedad capitalista, más allá de las diferencias circunstanciales, de piel o de etnia, o región, por ejemplo, es la capacidad de indignarnos y rechazar radicalmente, la inmoralidad, la crueldad y brutalidad del terrorismo de Estado, la violencia desde el Poder, el despojo y genocidio del pueblo y los trabajadores, la corrupción y la inmoralidad oficiales, que son expresiones de la putrefacción de una sociedad como la colombiana, que tiene una forma particular de explotar el trabajo humano con la violencia oficial y el despojo y funciona sobre un modelo de exclusión social, esa indignación borra, las supuestas diferencias que podríamos tener o que nos "construyen" los postmodernistas.
Pero no es suficiente con indignarse. Necesitamos transcender la indignación con coherencia y con objetividad frente a quien es el verdadero enemigo. En el caso, colombiano, el enemigo es la clase oligárquica pro yanki que regenta el poder desde hace siglos, y que nos emplaza a luchar por nuestra segunda y verdadera independencia. Frente a este enemigo poderoso, al servicio del capital nacional e internacional, todos y todas debemos unir nuestra indignación y ser parte de la resistencia.
Pero tampoco podemos resistir para siempre, es necesario pasar a la ofensiva, las crisis profunda del capitalismo neoliberal, que se expresa en las situaciones de Grecia, Portugal, España, Irlanda, etc. Demuestra que esta crisis estructural nos invita a luchar para que el capitalismo desaparezca. El capitalismo es inmoral, sólo ha producido basura y desastres naturales para este planeta, con sus guerras y su sistema de producción que ha entrado, en un círculo vicioso de desgaste y destrucción.
Ni los indígenas y los negros y otras etnias son menos explotados que otros, trabajadores y trabajadoras del campo y de las grandes ciudades, propietarios de su única fuente de riqueza, estudiantes y todos los hombres y mujeres de a pie, tenemos un lugar en esta indignación colectiva que será el detonante de nuestra segunda y verdadera independencia. No a las ambigüedades ni a los cantos de sirena.
extraído de: http://anncol.eu/editorial6%20N.html
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