Últimamente, se vienen dando situaciones que resultan casi surrealistas. El infantilismo y la frivolidad en el que están instalados ciertos sectores del movimiento obrero y popular –o que pretenden ser parte del movimiento obrero y popular- no parecen tener límites. La última ocurrencia con que estos sectores se han despachado es con la famosa Toma del Congreso del 25-S.
Por lo visto, creen que esto de tomar el congreso no es más que un juego, que cambiar el orden jurídico, político y económico vigente no requiere más que de la convocatoria de una manifestación, seguida de unas alegres y festivas jornadas de camping urbano, tras las cuales, los capitalistas y los políticos a su servicio, completamente acobardados ante “tamaña demostración de fuerza”, huirán despavoridos para refugiarse en las islas Caimán o aún más lejos, dejando a los trabajadores organizar la sociedad como crean conveniente.
En realidad, los convocantes de esta insurrección de cartón piedra tampoco tienen muy claro qué es lo que buscan con ella. Desde el planteamiento inicial hasta ahora, han ido redefiniendo hasta tal punto los objetivos de la misma, que se hace realmente difícil seguirles en su discurrir (o en su desbarrar) político. En un principio se habló de tomar el congreso, con miras a forzar nada menos que un nuevo proceso constituyente (así, de un día para otro, con dos ovarios); después, de una acampada; por último, hubo quienes -en el colmo de lo absurdo- hablaron de algo así como “abrazar el congreso”...
Es lo que ocurre cuando metes en una misma asamblea al 15-M, a la secta de los humanistas, a los criptofascistas de Democracia Real Ya, a algunos elementos que se dicen comunistas o anarquistas sin serlo en absoluto, a algunas personas bienintencionadas pero políticamente ingenuas, a los nostálgicos del 14 de abril (es decir, al republicanismo más descafeinado y reformista) y a toda la panoplia del freakismo político que tanto se hace notar en ciertos ambientes. De semejante jaula de grillos no podía salir nada bueno.
Podríamos tomarnos toda esta historia a cachondeo. El problema es que el asunto tiene poca gracia. Este tipo de iniciativas tienen consecuencias para el conjunto del movimiento obrero y popular. Podemos apuntar un par de ellas: se siembra la confusión y el desconcierto, y se frivoliza, se vacían de contenido determinadas consignas o planteamientos. Y esto ciertamente le viene muy bien al sistema: no hay mejor manera de evitar una revolución de verdad que escenificando un simulacro patético de la misma; no hay mejor manera de neutralizar ciertas consignas que vaciándolas de contenido. En este sentido, los promotores de todo este despropósito le prestan un impagable servicio al sistema.
Nuestro Comité defiende que hay que demoler este sistema hasta los cimientos, que este sistema no es reformable, que se hace necesario construir otro tipo de sociedad, otro tipo de realidad política, económica y social. Pero una cosa es jugar a la revolución y otra muy diferente disponerse a hacerla realmente. Lo segundo requiere de paciencia, de organización, de una voluntad firme de lucha, de claridad en los objetivos y en la estrategia y la táctica a seguir para alcanzarlos. Y el movimiento obrero y popular aún está lejos de contar con todo esto. Es éste el trabajo, el ingente trabajo que tenemos por delante: conseguir que el movimiento obrero y popular esté en condiciones de llevar a cabo una revolución auténtica, que suponga realmente la superación del podrido capitalismo y de todo lo que representa. Es por ello por lo que no podemos sino oponernos de la forma más contundente a esta ceremonia de la confusión que se pretende desplegar el 25-S.
Más organización y menos tomaduras de pelo
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